A una mañana en el mar.
Conchas, muertas, me cortan los pies.
Afuera, zancudos que beben mi sangre
y zopilotes de negra señal.
Al peso del alma un beso de espuma,
las olas me traducen las piernas.
Voy, vengo; me alejo y regreso.
Me detengo en la cresta
y cada dos segundos
soy la inmensidad.
La mirada completa en azul,
el cabello que me sabe a sal
y allá, lejos, muy lejos,
la humanidad.
El cielo arriba, en perfecta paz.
Abajo, dedos que se aferran al abismo
y al centro, yo.
YO
que soy ola, mar, concha y mujer.
YO
arena, alga y piel quemada.
Hundido el cuerpo en el agua,
respirando mi soledad.
Floto con uñas y dientes,
y al centro, la calma;
el brillo intenso
de un océano de almas.
Ardo en el mar,
en un beso de arena y espuma.
Mi éxtasis se nombra marea,
y allá, en la bahía, una tormenta espera.